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Echar pestes / La Feria

Echar pestes / La Feria
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Sr. López

 

La trepidante prima Elvira fue guapa de quitar el hipo. En la familia era muy querida por simpática y fiestera, aunque todos sabíamos que tenía confeti en el cerebro. Se casó muy enamorada. Media familia dudaba de su decisión, la otra mitad advirtió al gallardo doncel. Casada que fue, en pocos meses abandonó a su flamante consorte. Todo en él la decepcionó. Todo sin especificar. Y luego fue que tuvo cinco matrimonios más. Era muy simpática y fiestera.

 

A brocha gorda y con perdón de sociólogos y politólogos, este López afirma que en este mundo hay tres tipos de pueblos: infantiles, adolescentes y maduros.

 

Los primeros son eso, como niñitos que deben ser conducidos por sus mayores, aun así sea a nalgadas y jalones de oreja para que después, ya crecidos, bien educados y maduros, tomen sus decisiones por ellos mismos, apoteosis de la democracia directa y el parlamentarismo.

 

Los segundos son inmaduros y retobones, nunca están del todo satisfechos, se quejan de todo, sus mayores no los comprenden… pero no hacen mucho por asumir sus responsabilidades y a fin de cuentas se sujetan -y hasta agradecen-, el mando firme del que asume la responsabilidad de llevarlos de la mano rumbo al orden, el progreso, la justicia y en general a las delicias indefinidas de la democracia pura y dura.

 

Los últimos son como los países del norte de Europa: la gente respeta las reglas, paga sus impuestos y participa responsablemente en las decisiones colectivas;  mientras, quienes están al frente de la cosa pública en esos países, son respetuosos de la ley, escrupulosos en el manejo del erario y ejercen sus funciones responsablemente. Chulito.

 

México, es un país muy joven, nuestro siglo XIX se consumió entre la revolución de independencia, bandolerismo, gobiernos de rebatiña, invasiones extranjeras, pérdida de más de la mitad del territorio, gobernantes de opereta (López de Santa Anna en el papel estelar), pleitos entre conservadores y liberales, y un Porfirio Díaz, dictador de espadón que a punta de mandobles, obtuvo una apariencia de orden y progreso de 1884 a 1911, dejando al país en una guerra civil que llamamos Revolución porque da pena ajena aceptar el desbarajuste sanguinario que fue, resuelto al fin con el alumbramiento del PNR (luego PRM, hoy PRI), el 4 de marzo de 1929, fecha del acta de nacimiento de México como país ya en serio, con instituciones y leyes más o menos respetadas por todos (más o menos), lo que nos deja con apenas 89 años de existencia, menos de un siglo, frente a naciones como Inglaterra con su Parlamento en funciones desde 1272 (ó 1341, según cada historiador)… y si la vida propia del Congreso, sin el control indiscutible de un solo partido a las órdenes del Presidente, fuera lo que determina el nacimiento verdadero de la nación, entonces está peor la cosa, porque no fue sino hasta las 11:35 horas del 4 de septiembre de 1997 cuando el PRI perdió el control de la Cámara (quedó con 239 diputados, frente a 261 de oposición), lo que nos dejaría con apenas 21 años de auténtica vida política nacional… con sus asegunes. Chin.

 

Como quiera que se vea, México es un país muy joven y por lo mismo no hay lugar al pesimismo de los que ven todo color de hormiga. Si tenemos 89 años de haber comenzado a edificar la casa común (ó 21), no es desdeñable lo que se ha avanzado, sin negar las muchas cosas por mejorar, entre las que es natural destaque la construcción de una ciudadanía madura, sensata, responsable, siempre lista a obedecer la ley y cooperar en las causas de común interés.

 

De esta manera no se tome a la tremenda que en términos de lo que es de desear del mayor de edad en pleno uso de sus derechos y cumplidor de sus obligaciones, somos un pueblo adolescente, un pueblo que aún aspira a que alguien, otro, se encargue de las tareas que habrán de llevarlo por los andaderos caminos de la justicia y el progreso parejo.

 

Tan somos así, como adolescentes que se quejan pero se pliegan a la autoridad que suponen los proveerá de lo que desean con el menor esfuerzo propio, que no costó tanto trabajo que la casi totalidad de la población aceptara el presidencialismo “ad nauseam” con que fuimos gobernados de 1929 a cuando menos 1997.

 

Tan somos así que aún hay nostálgicos de la “Pax porfiriana” y de “Tata” Lázaro, el bondadoso benefactor de los débiles y desprotegidos, personaje indudable del santoral nacional, del que Marcelotzin Ebrard dijo el 23 de julio de 2008, al promover la “consulta popular” sobre la reforma energética: “¡Qué daríamos por tener alguien así, ahorita!” -no un pueblo con convicciones, sino un “Tata”, que nos llevara a todos por el buen camino, un “Tata” que escribió: “En el gobierno una sola fuerza política debe sobresalir: la del presidente de la República, que debe ser el único representante de los sentimientos democráticos del pueblo” (Apuntes, mayo de 1940). Encarnación unipersonal de la democracia como aspiración y deber. Clarito. Qué daríamos por tener alguien así, ahorita.

 

Echeverría y Salinas de Gortari, no sea penoso, tienen no tan pocos admiradores. Si con Echeverría la economía se fue al caño, si Salinas de Gortari padroteó al país con las entidades financieras internacionales, es lo de menos. Ellos sí mandaban, llevaban con mano firme el timón patrio. No fueron perfectos, pero ¡qué comparación con estos, con Zedillo, Fox y Peña Nieto!… ¡qué comparación!

 

No son pocas las razones que explican el triunfo avasallador de AMLO en las urnas, pero una a considerar es que (a querer o no, con y sin intención), capitaliza el deseo del tenochca promedio de poner el destino nacional en las manos de un solo hombre, de ese que sabrá hacer lo que se tiene que hacer, ese al que sabrán obedecer diputados, senadores y gobernadores, ese que no será perfecto pero será mejor que estos, sin que sepa bien porqué estos son despreciables.

 

Ese es el mayor riesgo en que está AMLO. La gente, ya ilusionada, esperanzada y convencida, no es muy difícil que pase de echar incienso a echar pestes.

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