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Democracia sin demócratas / La Feria

Democracia sin demócratas / La Feria
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Sr. López

 

 

Raro país el nuestro, ya desde su inicio: conquistado por tlaxcaltecas en favor de los españoles y luego independizado por españoles en favor de los gringos. Tradicional, cada vez con menos tradiciones; guadalupano que no realmente católico; campesino sin producción agrícola; industrioso sin industria; con más mar patrimonial que tierra firme, pero el último que comía pescado diario fue Moctezuma, y con un serio problema: nadamos en petróleo.

 

El país es así no porque los cerros sean así; somos nosotros, raza de raro mestizaje que alardea de indigenista, pero “indio” es insulto y serlo, desgracia; amables pero albureros; entrones pero dejados; ofrecidos pero informales; humildes pero alzados; acomplejados pero soberbios; bravos pero llorones; desconfiados como novicia entre sargentos pero cada seis años, masivamente cándidos.

 

Veneramos la virginidad pero las que defienden tal estado caen gordas, y al mismo tiempo decirle señora a cualquiera de la que no conste sea casada, es una gran majadería, de tal modo que es señorita toda aquella que no sea muy vieja; y hasta las viudas o divorciadas así sean abuelas varias veces, si están de buen ver, son señoritas.  

 

En el concierto de las naciones nos ven como a un pez que se broncea en la playa y nosotros tan quitados de la pena.

 

Patriotas sin que nos importe el país; orgullosos de nuestra identidad sin saber qué es; nos comunicamos con poco más de 100 palabras en español, majaderías incluidas, y cada vez con más neologismos yanquis: jotkeiks, nocaut, penjaus, bay, reiting, set, jotdog, cácher, shampú (los nacos dicen champú para pedir chance y nada más en España dicen champú, pronunciando la ch como en chancla, para referirse al shampú, pero también son nacos), guei (cuando alguien es “gay”), jonrón, oquey, beibishágüer, raund, estraik, pants, caset, valetparquing, mánayer (no el castizo mánager, pronunciando la g como jota, ¡coño!), barman, kingsais, kuinsais, estraples, closh y jalogüín; y ahora ya decimos asumir por suponer, aplicar por postular, in por estar a la moda, aut por vestir fatal y cul por bueno; y hasta hay exquisitos que ya dicen Beiying, imitando la pronunciación inglesa de “Beijing”, siendo que Pekín lo usamos desde el siglo XVI. ¡Ah! y la gente nais ve el superbóul… pero a pesar de todo, escondido en el clóset tenemos un sombrero de palma que en pintura roja reza: “Viva México Cab…” para ratificar nuestro patriotismo.   

 

Sabemos que los gobernantes nos mienten y los gobernantes saben que les mentimos, pero cuando se sabe de una chapuza de funcionario, se arma la tremolina como si nos hubieran robado la inocencia; y siendo delito no conducirse con verdad ante la autoridad, hacerlo es universalmente considerado una reverenda estupidez. Mentir es lo correcto y lo otro, asigna por siempre calidad de eso que rima con aparejo y añejo (el peor baldón social).

 

Somos una de las sociedades más violentas de occidente y vivimos en medio de una catarata de adversidades, pero al contestar el teléfono seguimos diciendo “bueno”; y si le preguntan al saludar: -¿Cómo estás?; es del peor gusto decir la verdad siendo obligatorio responder: -Muy bien, gracias ¿y ustedes? –aunque venga de enterrar a su madre, se acabe de enterar que su hija trabaja encuerada, colgándose de un tubo, que la esposa le pone los cuernos con tarifa o esté sin empleo… y el aludido de turno, dirá siempre: -Bien también, gracias (y en caso extremo como en pleno velorio o a medio embargo, se puede decir: -Pues, aquí, ya ves… pasándola).

 

Raro país, qué duda cabe. De nuestra historia sabemos menos que de los pecados de la bisabuela y de nuestros héroes, sabemos que Hidalgo era un cura calvito del coco, greñudo de atrás, con estandarte; de Morelos, que usaba pañolón en la cabeza; de Guerrero, que se subía las solapas hasta los cachetes; de Juárez, que era indio y andaba en carreta; de Zapata, que usaba sombrerote y bigotazo; de Villa, que era panzón y muy simpático; de Madero, que era chaparrito, bueno y tonto; de Carranza, que usaba barbita y lentes redondos; de Cárdenas que era papá de Cárdenas y se disgustó con los gringos quién sabe por qué.

 

Hay cosas que nos molestan: la corrupción oficial, claro, pero el que desaprovecha la posibilidad de beneficiarse con un compadre en el gobierno, consiguiendo contratos o pedidos con precios inflados, es un reverendo tonto, burla de sus amigos; y peor todavía: el que agarra hueso y no se hace rico, es un mediocre que no pensó en su familia, imbécil incorregible, nunca decente, en todo caso, cobarde. La política en general también nos molesta, por ser fuente única de nuestros males, pero basta estar a un metro de un político para admirarlo y presumir de su amistad. Nos molestan los sindicatos pero sin dejar por eso la plaza de maestro que es una entradita extra. Y por encima de todo nos molestan los impuestos, tanto, que nos los robamos para que no se los roben.

 

No nos molestan los ricos por muy ricos que sean ni por muy mal habido que sea su dinero, y en general la gente babea las páginas de las revistas en que exhiben sus excesos, sabedores de la reverencia general que en el país hay por el dinero. Tampoco  nos molestan los pobres, por muy pobres que sean, que basta con no verlos mucho y si Televisa aprieta… con donar una despensa.

 

Porque somos como somos, esto no revienta y encima:

 

Estamos convencidos de que amamos la democracia -sin haber tenido el gusto-; gastamos millonadas para cuidarla, la tenemos abandonada y el sueño colectivo es tener un Presidente con las mejores virtudes de Juárez (que se reelegía en la presidencia como pedir otro de maciza), con la firmeza de don Porfirio Díaz (que mandaba matar como quien encarga un refresco), que traiga corto al Congreso y que los gobernadores le contesten “sí, patrón”. Eso sí somos: una democracia sin demócratas.

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