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De altos vuelos / La Feria

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Sr. López

 

Usted ya tiene idea de cómo era de práctica y aguerrida la abuela Elena (la paterna, la de Autlán de la Grana, Jalisco)… bueno, pues una vez, le devolvió dos litros de leche al lechero (en aquella era del pricámbrico temprano, la leche se vendía casa por casa), porque se la entregó pasada, agria, de esa que si se la toma uno, agarra diarrea una semana. El lechero olió las dos botellas y le dijo que estaba buena. La abuela no se andaba con cuentos, no alegó, dijo “un momentito” y regresó con el revólver del abuelo Víctor: -A ver, ahorita mismo se bebe su leche o le balaceo las patas –y amartilló la pistola; se puso verde pero se los bebió, enteritos –y ni se le ocurra volver por aquí (jamás se le vio por el barrio).

 

De acuerdo: es muy complicado y hasta peligroso refundar la república. Necesitaríamos un concilio de sabios y santos. Además, empezar de cero es siempre un riesgo de meter la pata hasta la ingle o retroceder a 1821… y francamente, no está el horno para bollos. Dejemos entonces las cosas como están.

 

Apechuguen su inconformidad los que rechazan a los partidos (a los candidatos, los procesos electorales y el modo en que somos gobernados). Paguemos nuestros impuestos y recemos rosarios: ¡hay un Dios!

 

Nada más una cosa sí: a ver, piense, si lleva usted su coche al taller y le quieren cobrar 50 mil pesos, entregándoselo igual de descompuesto, ¿paga o exige?, aunque acabe a cachetadas o ya muy cívica la cosa, en la Profeco. Piénsele: va usted con el sastre, le entrega un corte de casimir inglés, le toman medidas y le hacen un traje de brinca charcos, mal cosido y con las mangas apenas debajo de los codos: ¿se deja?… ¡no!, le exige al sastre que le pague su casimir, que le devuelva el anticipo y sale pensando cosas muy impropias sobre la señora mamacita del alfayate (palabra en desuso pero muy del español, para referirse a los modistos). Pide usted un taco de maciza y se lo dan de heces fecales (para no ser vulgar)… ¿se lo come y paga?

 

Con ese criterio del diario, sin meterse en honduras filosóficas, echando al bote de la basura los libros de Montesquieu, Rousseau, Hobbes, Locke y Gustavo Bueno, así nomás, con los principios que anda uno por la vida, ¿no le parece que los partidos políticos tienen alguna responsabilidad por los candidatos que nos ponen en las boletas electorales? (lo de los “independientes”, lo podemos comentar en mejor ocasión… ¡los pobrecillos!)

 

Piense en los partidos: viven de nuestro dinero y sus campañas políticas las pagamos nosotros. Prometen, ofrecen, firman compromisos… y nos entregan el coche descompuesto, el traje de otra talla, el taco de caca… ¿no tienen que responder por la calidad de sus productos, de sus candidatos?

 

En 20 años (de 1997 a 2017) nos han costado por ahí de 66,500 millones de pesos según el INE, entre financiamiento ordinario, “actividades específicas” y gastos de campaña. Y para mayor enchilamiento colectivo, se le pide recapacitar que en esos 20 años, tal dineral se lo gastaron 22 partidos de los que a la fecha quedan solo nueve… o sea: se junta la banda, se organiza, llena requisitos, se lleva su tajada del erario, pierde las elecciones y tan campantes: lo caido, caido (pronunciado “cáido”, a la mexicana). Y los que sí ganan elecciones (no todos, pero no pocos), son de dar vergüenza, de esconderlos de las visitas.

 

Los partidos políticos son responsables (deberían ser), de lo que llega a los cargos de elección. Son muchos: 128 senadores; 500 diputados federales; 1,125 diputados locales; 2,446 alcaldes; 34,244 síndicos y regidores (en promedio, 14 por ayuntamiento); 31 gobernadores, el Jefe de Gobierno de la CdMx y un Presidente de la república. En total, los partidos nos acomodan 38,476 de sus honorables integrantes.  

 

Dejando sin tocar la complicadísima legislación electoral, aceptando sin chistar el berenjenal de fórmulas de asignación de recursos y sin reducir ni un solo cargo de elección; sin parar mientes (sin fijarse, pues), en los estropicios que hagan los funcionarios electos en el ejercicio de sus cargos, sin tomar en cuenta lo que puedan robarse (que eso es asunto de auditorías y juicios); se propone:

 

Único.- Que los partidos políticos devuelvan lo que haya costado la campaña de cada uno de sus integrantes que salga balín (ladrón o tonto); y también la disminución de la parte proporcional de su presupuesto ordinario (si el partido “A” obtuvo 100 cargos de elección, su presupuesto se divide entre cien y por cada funcionario emanado de sus filas que salga rata o rana, se le aplica la reducción presupuestal proporcional para el siguiente año).

 

Fundamentación.- No tienen por qué seguir recibiendo entero el presupuesto que sale de nuestro dinero si ellos entregan productos defectuosos, inservibles y hasta dañinos. Nada justifica que no nos devuelvan lo que gastaron de nuestro dinero en sus campañas por el voto popular, que pasan a ser fraudes maquinados.

 

¿Qué el partido “B” va a postular candidatos a 3,124 puestos de elección?, muy bien, nomás que deposite fianza por el importe que recibirá del erario para sus campañas.

 

No vaya usted a pensar que su texto servidor es ingenuo, que lo ingenuo es primo hermano de lo imbécil. Por supuesto no van a hacer eso: ellos legislan y jamás van a hacerlo contra sus intereses.

 

Para este año el presupuesto que los partidos a través de sus diputados, se asignaron a ellos mismos, para las campañas políticas de sus 3,415 correligionarios, que competirán por algún cargo de elección, suma la bonita cantidad de 6,788 millones de pesos. No es poco y cuando le digan que es una nadería, comparando con el presupuesto nacional (cinco billones 279 mil 667 millones de pesos), responda usted: sea mucho o sea poco, es nuestro y no nos da la gana pagar para que se hagan del poder alimañas o inútiles.

 

Claro, el otro camino sería cancelar el presupuesto a partidos y campañas… peeero, entonces, quedaríamos a merced de empresarios de esos de cartera obesa (o peor, de malandrines de altos vuelos).

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