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Cuando una pandemia entra a tu casa / Hoja de Apuntes

Cuando una pandemia entra a tu casa / Hoja de Apuntes
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Enrique Alfaro

 

Los vecinos advirtieron que algo grave sucedía en mi hogar cuando un aparatoso operativo comenzó enfrente de mi casa. Muchos autos blancos, con grandes rótulos del sector salud, ocuparon la calle y de ellos descendió personal médico que se enfundó en overoles blancos. Se cubrieron la cara con mascarillas y las manos con guantes. Salí a abrirles la puerta y sentí las miradas sorprendidas e inquisidoras de mis vecinos que se reunían en la acera de enfrente. Mi hija, la adolescente pequeña y delgada, había sido infectada por el virus de la gripe H1N1, junto con una amiga de la Secundaria del Estado, en Tuxtla Gutiérrez.

Uno cree que nunca le alcanzaran las epidemias que inician en otro continente y que los medios tratan con profusión y en ocasiones con sensacionalismo. Pero la pandemia había llegado a mi casa y mantenía a mi hija gravemente enferma. Toda la familia había convivido con ella desde que presentó los primeros síntomas y comencé el calvario de visitar centros de salud para que determinaran que enfermedad la mantenía tan decaida. Los médicos fueron negligentes, diagnosticaron otras enfermedades respiratorias. Las horas pasaban y la salud de mi hija empeoraba.

Desesperado busqué ayuda de mis amigos con buenas relaciones en la estructura oficial. Me pusieron en contacto con la responsable del Banco de Sangre “Dr. Domingo Chanona Rodríguez”. Confieso con pena, pero sin arrepentimiento, que hice uso de influencia para que le elaboraran un estudio de sangre a mi hija. Me darían el resultado en 72 horas para mi desesperación.

No tuve que esperar mucho. Al día siguiente sonó el teléfono de mi domicilio. La directora del Banco de Sangre preguntaba por mi. Mi esposa permaneció a mi lado cuando tomé al auricular. Por la expresión de mi rostro entendió el sentido de la noticia. Mi hija padecía la influenza H1N1.

La instrucción fue esperar la visita de especialistas del sector salud. Ningún persona o familiar que hubiera tenido contacto con ella debía abandonar la casa. Llamé a mis hijos y ya estando todos reunidos les di la noticia. Debían permanecer confinados por tiempo indefinido en el domicilio en tanto las autoridades de salud determinaban lo conducente. Llamé a mi familia para enterarlos. Mi madre rompió en llanto, todos se preocuparon. Les dije que no podrían tener contacto personal conmigo y mi familia. Ofrecieron todo el apoyo que necesitara.

Me impresionó la llegada de los médicos con tantas medidas de seguridad. Esas escenas de personal cubierto y protegido para no contraer enfermedades altamente contagiosas sólo las había visto en películas. Ingresaron, mi mujer los condujo hasta la enferma, mientras otros médicos me cuestionaban sobre quiénes habían estado expuestos a contagio: mis otros tres hijos menores, mi esposa que no se separaba de mi hija y yo. Nos proporcionaron varias cajas de medicamentos e instruyeron como debíamos consumirlos. Prohibido salir de la casa y tener contacto personal con otras personas ¿Cómo nos surtiremos de alimentos?, pregunté. “Que su familia se los deje en la entrada de su domicilio”, me respondieron.

Y así fue. Por internet y teléfono mantenía contacto con el mundo exterior. Mis hermanos nos compraban los alimentos y los pasaban por la reja de la puerta exterior. Yo les agradecía a la distancia y esperaba a que se fueran para disponer de los alimentos.

Y así fue mi vida por semanas, donde las puertas de mi casa solo se abrían para que ingresara personal médico debidamente protegido. Mi hija se recuperó, ninguno de mis otros hijos, ni mi esposa, presentaron síntomas de contagio. Finalmente nos autorizaron salir del encierro. Jamás aprecié tanto la libertad de salir a la calle y el mercado, llevar a mis hijos a la escuela aunque mis vecinos aún nos veían como apestados.

Debo reconocer que el apoyo de las autoridades del sector salud fue total a partir de que se confirmó el contagio de la tan temida influenza. Yo creo que influyó el hecho de que Pepe López Arévalo había difundido una entrevista que me hizo por internet y difundió en su leida columna. También Miguel González hizo trasmisiones en radio del caso. La amiga de mi hija también se recuperó y todo regresó a la normalidad. Mi pequeña regresó a la escuela y retomó su vida normal. Ya luego a mi sobreviente del H1N1 le dio por viajar y se fue a conocer el mundo. Y yo feliz de verla superar, en todo sentido, el episodio de haber sido parte de una pandemia.

Por cierto, luego de reincorporarme a la radio, el humorista Israel Jaitovich (el tunco Maclovio), se negó a darme la mano durante una entrevista cuando se enteró que mi hija se recuperaba del contagio. Me dejó la mano extendida. No lo culpo, debió tener la razón.

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