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Clasismo rascuache / La Feria

Clasismo rascuache / La Feria
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Sr. López

 

Si esto de haber nacido es igual en todo el mundo, es cosa que al del teclado, no interesa. A uno le duele la astilla en su dedo sin dar la menor importancia a la estaca que atraviesa -de orificio a orificio-, a alguien en la estepa siberiana. Es lamentable la situación del ruso empalado pero, dolor el de mi dedo (diría la Viteri). Pasan los años y los siglos y este nuestro risueño país sigue siendo disparejo. Es como si fuera una tradición maldita que nomás no hemos podido desarraigar.

 

Ya antes de que los tlaxcaltecas (y unos amigos suyos españoles), quemaran hasta sus cimientos el imperio azteca (¿imperio?… imperio el de Roma, acá era una tribu macaneando vecinos, no mayor cosa, pero, en fin… imperio azteca), decía que ya desde antes de la conquista no era lo mismo ser macehual que compadre de Moctezuma, que unos servían para las celebraciones rituales -a pecho abierto-, en las pirámides y otros se lo pasaban bomba comiendo pescado fresco de Veracruz, con otros macehuales abanicándolos muy serios, mirando de reojo al teocalli donde los sacerdotes le estaban sacando el corazón al vecino para apaciguar a Huitzilopoxtli y luego hacerlo pozole (que esa era la carne que se usaba para el pozole según el recetario tradicional del gourmet azteca; chéquelo, a uno no le crean nada).

 

En la colonia, ni qué decir: asoleado tuvieron al peladaje (todos nosotros, la gente común), entre peninsulares, criollos, mestizos, caciques, jerarquía eclesiástica y militarotes, que trajeron a la raza a mal traer nomás tres siglos, a unos por ser indígenas a otros por pobres, que es hasta peor. Ya no cocinaban a nadie, pero bien, no lo pasaban y los encomenderos contrataban sin prestaciones (como “outsourcing” pero a la española).

 

Ya independientes la cosa no mejoró como para echar cuetes, por supuesto esclavos ya no hubo, pero peones acasillados sí (que era lo mismo y más barato, porque al esclavo había que darle todo y al peón, le pagaban con papelitos que nada más servían en la tienda de raya… y si no comía, ¡qué bueno!, que eso los mantenía con el colesterol bajo); se improvisaban ejércitos con la cruel leva, arreando pobres e indios, nunca güeritos ni hijos de rico; en San Juan de Ulúa se pudrían los “pelados” y de remate don Porfirio Díaz al paso de los años se nos fue blanqueando, que en sus últimas fotografías, bigotón y de pelo blanco, parece castellano (le empanizaban la cara con polvos de arroz), ocultando sin decirlo lo que siempre fue: indio mixteco con apenas una salpicada de sangre española; y a Juárez los artistas le occidentalizan cada vez más los rasgos, como si fuera pena que era zapoteco puro (aunque, oiga usted, no pocos de nuestros próceres no tenían derecho a ser tan feos, de veras); y hablando de Juárez, él, el Benemérito, acuñó o le achacan, una frase que se integra a la perfección con el México desigual que somos: “A los amigos, justicia y gracia, a los demás, la ley a secas” (bonita cosa).

 

Después de la revolución sí se notó un cambio importante, muy importante. Por primera vez el mérito individual otorgó posiciones y cargos y los “perfumados”, pisaron quedito varias décadas, porque a la menor provocación pagaban pecados de sus padres y sus abuelos.

 

De a poquitos, sin embargo, la cosa fue volviendo a su anterior estado y para los años 80 del siglo pasado, aparte de regresar al poder algunos de los descendientes de las familias que la Revolución deshilachó (los Creel, los López Portillo, los Terrazas, los Solana… y otro que ahorita está muy de moda), solo que ahora, hablando inglés (y algunos, francés como los “científicos” de don Porfirio).

 

Pero en esta vuelta la cosa está peor, porque aparte están los que ejercen de herederos del poder y sus privilegios, los descendientes y amigos de la vieja casta de revolucionarios que olían a pólvora y se murieron diciendo “máiz”, esos que crearon un régimen no perfecto ni idílico pero más parejo, tanto, que en el mundo se hablaba del “milagro mexicano”. Ahora, hijos, socios, compadres y esposas de gente que llegó al poder por mérito o a mandobles, se creen legatarios legítimos de lo que debe ser coto exclusivo de los que pueden y tienen mérito propio.

 

Si le parece que exagera este su texto servidor, vea quienes son algunos de los que para este próximo 1 de julio, pretenden acceder a cargos públicos:

 

Martha Erika Alonso, esposa del exgobernador Moreno Valle quiere gobernar de Puebla. Rodrigo Gayosso Cepeda, hijastro del actual gobernador de Morelos, Graco Ramírez, quiere sucederlo. Roberto Albores, hijo de Roberto Albores, exgobernador de Chiapas, quiere ser lo mismo que su papá. El hijo de Miguel Ángel Yunes Linares, Miguel Ángel Yunes Márquez, quiere heredar Veracruz. Néstor Núñez, hijo del gobernador de Tabasco, Arturo Núñez, quiere la alcaldía Cuauhtémoc (antes Delegación), en la CdMx. Federico Madrazo Rojas, hijo del campeón de maratón abreviado, Roberto Madrazo, quiere ser alcalde de Villahermosa, Tabasco. Edmundo García Pavlovich, primo de la gobernadora de Sonora, Claudia Pavlovich, quiere la alcaldía de Hermosillo. La hija de Rosario Robles, Mariana Moguel Robles, busca la alcaldía de Milpa Alta.

 

Quieren ser legisladores federales (senadores o de perdida, diputados): Nancy de la Sierra, esposa del presidente municipal de Cholula. Eduardo Sánchez Macías, hermano de doña Karime Macías, esposa del estimable Javier Duarte; Sylvana Beltrones Sánchez, hija de Manlio Fabio el famoso; Luis Donaldo Colosio Riojas, hijo del asesinado, la quiere de diputado (y sin pagar lo que queda a deber porque para eso es hijo del fallido prócer… cara dura). Se conforman con diputaciones locales: Agustín Basave Alanís, hijo de Agustín Basave, expresidente nacional del PRD; Tony Gali López, hijo del gobernador de Puebla, Tony Gali Fayad.

 

Hay más de esta estirpe que merece todo porque ellos no tienen la culpa de pertenecer por nacimiento a la casta dorada. Es la reposición de los tiempos de la aristocracia… aunque la verdad no es sino clasismo rascuache.

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